El grito de un conflicto olvidado
Frente a la indiferencia de occidente y la lucha por sobrevivir, Sudán enfrenta una de las peores crisis humanitarias de nuestro tiempo
Mientras los titulares globales se centran en conflictos más cercanos, la guerra civil en Sudán sigue desangrando al país y forzando a millones de personas a huir. A pesar de la riqueza cultural y los recursos del territorio, el sufrimiento de su gente se pierde entre cifras y relatos olvidados. Los refugiados y desplazados no sólo huyen de una guerra brutal, sino también de una crisis humanitaria de proporciones alarmantes, que deja tras de sí un rastro de pobreza, enfermedad y desolación. Las voces de quienes han escapado y los datos de una catástrofe silenciosa ruegan la atención internacional.
“En Sudán tenía una vida plena, ahora debo empezar de cero”, Musab Albadri
Musab Albadri era director de una sucursal bancaria en Jartum, la capital de Sudán. Llegó a España en 2023 junto a su familia tras estallar la guerra, viviendo una odisea que lo llevó desde Sudán hasta Egipto para poder escapar. “Vine para unas vacaciones; ahora vivo un exilio que nunca planeé”, explica. En su país, Musab vivía una vida plena, con un empleo estable y un hogar cómodo. Hoy, sus prioridades son proteger a sus hijos y adaptarse a un nuevo entorno. “Mis hijos tienen una gran capacidad de adaptación, pero mi corazón sigue en Sudán”, confiesa. Su historia es un reflejo de millones de vidas truncadas por el conflicto en su país natal.
El país olvidado
Sudán se encuentra situado en el noreste de África, es un cruce de caminos entre el mundo árabe y el África subsahariana. Geográficamente se encuentra situado en un lugar privilegiado, con fronteras a Egipto y al Mar Rojo y bañado por el Río Nilo. Su historia reciente ha estado marcada por la violencia, con dos guerras civiles y el genocidio en Darfur.
Desde su independencia en 1956, el país ha sido gobernado por una serie de dictadores y regímenes militares que han exacerbado las divisiones étnicas y religiosas. La riqueza en recursos como el oro y el petróleo ha sido tanto una bendición como una maldición, financiando conflictos y atrayendo intereses internacionales.
La independencia de Sudán en 1956 fue seguida por una guerra civil que duró hasta 1972. La segunda guerra civil, entre 1983 y 2005, llevó a la secesión de Sudán del Sur en 2011. Bajo la dictadura de Omar al-Bashir (1989–2019), el país vivió una era de represión y violencia, incluido el genocidio en Darfur. Al-Bashir consolidó su poder mediante el uso de milicias paramilitares, que luego evolucionarían en las actuales Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), lideradas por Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti. Estas milicias desempeñaron un papel clave en el genocidio en Darfur, perpetrando masacres y desplazando a millones de personas.
La caída de al-Bashir en 2019, impulsada por protestas populares lideradas por jóvenes y mujeres, encendió esperanzas de democracia. Sin embargo, estas esperanzas se desmoronaron con un golpe de Estado en 2021 que marcó el inicio de la lucha por el poder entre el Ejército y las RSF. Este enfrentamiento escaló en 2023, sumiendo al país en una guerra abierta.
Desde abril de 2023, el conflicto ha devastado Sudán. Ciudades como Jartum han quedado en ruinas, con infraestructuras destruidas y hospitales colapsados. “Los hospitales ya no pueden atender ni siquiera los casos básicos, y muchas personas mueren por enfermedades prevenibles”, explica Musab. Los civiles están atrapados entre dos bandos que buscan el poder a cualquier costo, utilizando bombardeos aéreos, artillería y ataques terrestres que no distinguen entre combatientes y población civil.
La crisis humanitaria se ha extendido a países vecinos como Egipto y Chad, que han recibido a miles de refugiados en condiciones extremas. La Organización Internacional para las Migraciones estima que más de cinco millones de personas han sido desplazadas desde que comenzó el conflicto, muchas de ellas viviendo en campos de refugiados sin acceso a agua potable ni alimentos suficientes.
En busca de una vida mejor
Musab describe su huida como una odisea. “Vendí mi coche en una ciudad llamada Shendi a escasos kilómetros de Jartum, desde ahí nos fuimos a una ciudad que hace frontera con Egipto llamada Haifa, donde estuve 20 días esperando a mi visa para cruzar la frontera hacia el Cairo mientras mi familia me esperaba al otro lado”, cuenta. La migración forzada ha llevado a miles de sudaneses a buscar refugio en países vecinos y más allá. En los campos de refugiados, las condiciones son infrahumanas, con alta incidencia de enfermedades y una grave falta de recursos. “Son lugares en los que saben que estarán a salvo, pero carecen de los recursos más básicos”, agrega.
Las rutas de escape suelen ser peligrosas, con migrantes enfrentándose a traficantes y condiciones extremas en su búsqueda de seguridad. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), más del 60% de los refugiados sudaneses son niños y mujeres, muchos de los cuales han sido víctimas de violencia de género.
Los grupos más vulnerables como las mujeres y niños se exponen a tratos vejatorios, secuestros y abusos sexuales por parte de las milicias de las RSF. Según un artículo de Spanish Revolution, al menos 79 mujeres y niñas de entre 7 y 50 años han sido agredidas sexualmente desde diciembre del año pasado. Utilizan el miedo sistemático para someter a la población y someter a comunidades que se opongan a los ideales de estos grupos.
Sara Romero, periodista y jefa de la sección internacional de Antena 3, destaca que las dificultades no terminan al cruzar la frontera. “En Egipto y Chad, los recursos para los refugiados son limitados. Las organizaciones internacionales hacen lo que pueden, pero no es suficiente”, explica. Musab, aunque ha logrado encontrar un hogar en España, recuerda el doloroso trayecto que implicó separarse de amigos y familiares.
En España, Musab enfrenta nuevos desafíos. “Empezar desde cero es muy difícil”, dice. Sus hijos están escolarizados y tienen acceso a una mejor calidad de vida, pero la adaptación no ha sido sencilla. “El idioma y encontrar empleo son los mayores retos”, explica. Actualmente, Musab toma cursos laborales y de español, mientras intenta obtener un carnet de conducir que le permita trabajar como transportista. “Quiero darles estabilidad a mis hijos y que tengan un futuro seguro aquí, pero mi corazón sigue en Sudán”, comenta con tristeza.
Para sus hijos, la adaptación ha sido más rápida. “Los niños son resilientes y se integran mejor. Ellos ya tienen amigos aquí”, dice Musab, con una mezcla de alivio y nostalgia. Sin embargo, asegura que nunca dejarán de ser sudaneses en el corazón, ya que mantiene viva la conexión con su cultura a través de las comidas, la música y los relatos sobre su tierra natal.
La otra cara de la moneda
La vida cotidiana en Sudán es una lucha constante. La población enfrenta cada día una realidad devastadora, caracterizada por el desabastecimiento de alimentos, la falta de electricidad y agua, y el miedo constante a la violencia. “Mis sobrinos han perdido peso y su estado psicológico está destruido”, declara Musab. Las ciudades están en ruinas y las zonas rurales no son ajenas al caos, ya que la guerra ha convertido incluso las regiones más remotas en lugares peligrosos para vivir. En Darfur, las RSF han sido acusadas de genocidio étnico, llevando a cabo ataques sistemáticos contra comunidades enteras.
“Aunque las matanzas tienen un componente étnico, el objetivo principal es el control total del territorio y sus recursos”, explica Romero. A pesar de que la mayoría de la economía se centre en la agricultura, Sudán tiene un territorio muy rico en recursos naturales como oro, petróleo, zinc, tungsteno entre otros. Además, el Mar Rojo es la vía de comercio marítimo más importante a nivel global.
La escasez de alimentos y la falta de electricidad son comunes en muchas regiones del país. En Jartum, la capital, los cortes de luz y agua son frecuentes, y muchas familias están separadas debido al conflicto. “No hay manera de comunicarse con nuestros seres queridos en las zonas afectadas; es como si hubieran desaparecido”, comenta Musab con tristeza.
La crisis también se refleja en el sector sanitario, donde los hospitales no pueden atender ni las necesidades básicas debido a la falta de suministros y personal. Además, más de la mitad de los sudaneses han perdido acceso seguro a agua potable, agravando la propagación de enfermedades. Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones, más de 5 millones de personas han sido desplazadas, mientras que muchas otras viven atrapadas en un ciclo de pobreza extrema y violencia que parece no tener fin.
A pesar de las condiciones de vida del país, la alta demanda de transporte para lograr escapar de Sudán hizo imposible la salida de la gran mayoría de la población. Según cifras de Datosmacro.com, el 46,5% de la población vive en riesgo de pobreza. “De un día para otro los billetes de autobús a Egipto se multiplicaron por diez”, destaca Elsa Aime, Doctora en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid.
“Solo las clases medias y altas han logrado escapar de Sudán”, Elsa Aime
Intereses detrás del conflicto
El conflicto en Sudán está impulsado por la lucha por el control de recursos naturales como el oro y el petróleo. “El oro sudanés es una moneda de cambio en el mercado internacional, y su extracción ilegal está financiando a ambas partes del conflicto”, explica Sara Romero. Rusia apoya al Ejército con la esperanza de establecer bases en el Mar Rojo, una ubicación estratégica para el comercio y la seguridad marítima. Mientras tanto, los Emiratos Árabes Unidos financian a las RSF, también interesadas en el control de las minas de oro.
Las RSF han consolidado su poder controlando minas de oro y petroleo, cuyo destino es Emiratos Árabes Unidos, los cuales financian con armas y soldados a esta milicia. Mientras, el Ejército sudanés utiliza sus propios canales de financiación basados en acuerdos con actores internacionales. Esta competencia por los recursos naturales no solo alimenta el conflicto, sino que también atrae la intervención de potencias extranjeras que buscan debilitar al país para hacerse con las riquezas de su territorio.
La comunidad internacional también tiene una responsabilidad directa. Los mercados globales, que se benefician de recursos extraídos en condiciones de extrema precariedad, carecen de regulaciones efectivas que impidan la proliferación de flujos financieros ilícitos. “El oro es el principal motor del conflicto. Su explotación y contrabando perpetúan la violencia al tiempo que generan beneficios para actores internacionales sin escrúpulos”, apunta Elsa Aime.
Estados Unidos y China han adoptado posturas ambiguas, centrándose en otros conflictos globales como Ucrania y Taiwán. “Esta falta de atención internacional permite que el conflicto continúe sin una resolución clara, perpetuando el sufrimiento del pueblo sudanés”, señala Romero. Además, los mercados ilícitos de armas y recursos naturales alimentan el conflicto, con poca supervisión por parte de la comunidad internacional.
“En España no tenemos las fuentes necesarias para cubrir lo que sucede en Sudán”, Sara Romero
“Es el conflicto olvidado”, afirma Elsa Aime. En comparación con Ucrania o Gaza, la guerra en Sudán no recibe atención mediática por parte de los medios de comunicación de Occidente. Las dificultades para acceder al país y los riesgos para los periodistas limitan la cobertura. “Menos atención mediática significa menos ayuda humanitaria y menos presión política”, agrega.
Las redes sociales han sido una herramienta clave para la diáspora sudanesa, pero no han logrado generar el impacto necesario. La comunidad internacional parece centrada en conflictos que afectan directamente a Occidente, dejando a Sudán en un segundo plano. “Los medios de comunicación en España, por ejemplo, priorizan noticias de proximidad o aquellas con mayor resonancia política, pero eso no significa que Sudán no tenga consecuencias globales”, insiste Romero.
Según Musab, esta invisibilización tiene consecuencias graves. “El mundo no sabe lo que ocurre en mi país. Se centran únicamente en lo que sucede en Gaza por los intereses políticos”, declara.
“No puedo volver a mi país, aquí mis hijos tienen un futuro mejor”, Musab Albadri
El camino hacia la paz en Sudán es complejo y requiere de una aproximación multidimensional. En primer lugar, es esencial establecer un alto al fuego duradero que permita abordar la crisis humanitaria. Los organismos internacionales, como la Unión Africana y las Naciones Unidas, deben liderar un proceso diplomático que incluya a todas las partes en conflicto. Sin embargo, este diálogo también debe dar voz a los sectores más vulnerables de la sociedad sudanesa, incluidos las mujeres y los desplazados internos, quienes a menudo son ignorados en las negociaciones formales.
Elsa Aime resalta que la solución al conflicto pasa por una negociación entre ambas partes, que sea lo más amplia posible y que contemple las demandas y las necesidades de los enfrentados. Aunque, cada vez más, un acuerdo pacífico resulta cada día más lejano.
Que acabe la guerra en Sudán también pasa por un esfuerzo internacional coordinado. Esto incluye desarmar a las RSF y promover una transición política que represente a todas las comunidades del país. “El apoyo de los Emiratos Árabes Unidos a las RSF debería cesar, y estas milicias deben rendir cuentas por sus crímenes”, enfatiza Musab.
Romero subraya la importancia de una coalición internacional para priorizar los derechos humanos en Sudán. Sin embargo, la falta de voluntad política global y las tensiones geopolíticas dificultan esta posibilidad. “Mientras las grandes potencias miran hacia otro lado, el sufrimiento de los sudaneses continuará”, lamenta.
Los organismos humanitarios también tienen un papel crucial. “Las ONG que trabajan en el terreno necesitan apoyo para garantizar acceso a alimentos, agua potable y atención médica. Esto no resolverá el conflicto, pero puede salvar vidas mientras se busca una solución a largo plazo”, comenta Romero.
Musab confesaba que las únicas organizaciones sin ánimo de lucro que actualmente se encuentran de forma activa ayudando al pueblo sudanés eran La Media Luna Roja y Cruz Roja entre otras. Aún así, la ayuda humanitaria escasea y no tienen acceso a las zonas controladas por las milicias. Dichas zonas son las más afectadas por la guerra, sufriendo graves hambrunas, epidemias de serias enfermedades como la cólera o el dengue y una importante escasez de material sanitario y medicinas.
A largo plazo, la solución también pasa por abordar las causas estructurales de la violencia, como la desigualdad económica y el acceso desigual a los recursos. Reformar las estructuras de gobernanza para garantizar la inclusión de todas las comunidades étnicas y religiosas es fundamental para prevenir futuros conflictos. Por otro lado, se necesita una mayor presión sobre los actores internacionales para que pongan fin al financiamiento de las milicias y adopten medidas contra el comercio ilegal de recursos.
Mientras tanto, las ONG y las agencias humanitarias deben recibir apoyo financiero y logístico adecuado para garantizar que los sudaneses afectados tengan acceso a alimentos, agua potable y atención médica. En palabras de Elsa Aime: “Cualquier solución duradera debe centrarse en las personas, no solo en la política”. La comunidad internacional tiene el deber moral de actuar con urgencia para aliviar el sufrimiento de millones de inocentes atrapados en una de las peores crisis humanitarias del siglo XXI.
“Gracias por dar voz al pueblo sudanés”, Musab Albadri
Hoy, Musab vive con su familia en un barrio de Murcia donde sus hijos juegan tranquilamente y se encentran escolarizados en uno de los colegios de la zona. La adaptación no ha sido fácil, pero gracias a la ayuda de asociaciones y a otros compañeros sudaneses que llevan en España más tiempo, ha conseguido encontrar una mínima estabilidad y optar a un futuro mejor con su familia.
El conflicto en Sudán ha generado una de las crisis humanitarias más graves del mundo, pero su impacto sigue siendo ignorado por gran parte de la comunidad internacional. Con más de 8 millones de desplazados internos y al menos 3 millones de refugiados en países vecinos como Chad, Egipto y Sudán del Sur, la magnitud del desastre supera la capacidad de respuesta de las agencias humanitarias.
“Sudán no necesita más armas; necesita paz”, declara Musab. Su historia es un llamado a la acción: visibilizar el conflicto, apoyar a las ONG que trabajan en Sudán y presionar a las potencias internacionales para detener la violencia. Como concluye Romero, “cada día que pasa sin acción es un día más de sufrimiento para millones de inocentes”. Mientras tanto, Musab mantiene la esperanza de que Sudán vuelva a ser una tierra de paz, que ve cómo día a día está siendo asolado por una de las mayores crisis humanitarias de nuestro siglo. “Ahora es un lugar de injusticia, matanzas y desplazamientos. Sus líderes y políticos no tienen en cuenta a los ciudadanos; su preocupación es el poder bajo los restos y la sangre de inocentes”.
En el podcast de “Sudán, el grito de un conflicto olvidado” , Musab Albadri e Hisham Zden, dos refugiados sudaneses que dejaron atrás sus vidas en un país devastado por la guerra, nos cuentan su conmovedora historia. A través de sus testimonios, este podcast explora la dura realidad de una guerra olvidada por el mundo.
Descubre cómo estos relatos personales se entrelazan con un análisis profundo de las raíces del conflicto en Sudán, desde su independencia hasta la actual crisis humanitaria. Con la participación de expertos como Elsa Aime y Sara Romero, se abordan temas de geopolítica, migración y derechos humanos.
Agradecer a la Universidad Miguel Hernández por cedernos sus instalaciones para la realización de este proyecto periodístico y al profesor de la asignatura Comunicación Política y Opinión Pública, José Luis González Esteban, por su tutorización y dedicación al trabajo.
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